viernes, 29 de septiembre de 2017

Bitácora del viajero Días 1, 2 y 3

Hay una suerte de mística en torno al irse por al carretera, y se trata de no volver, resistir en el ímpetu de avanzar, no interesa el objetivo, del cualquier forma siempre será efímero. Uno llega a un lugar, se maravilla, da vueltas, come, mira, habla, fuma, bebe y se quiere largar y tiene que largarse. De un modo u otro hay que seguir hacia adelante, recordando que la vida es precisamente eso: caer horizontalmente. 

El capitán ascendió por Warpapicchu, los caminos se atestaron de eucaliptos y el aire se enfrió, se le ocurrió que podría volver por donde vino, pero recordó la mística arriba mencionada, se sentó, mangueó cancha y chicha de jora, esperó, se puso de pie, camino horas, lo recogieron por fin. En estos lares todavía no es aceptada la idea de viajar sin un céntimo no con ánimos de joder al transportista, sino todo lo contrario, con el afán de hacer de su oficio algo con tintes de humanidad. 

Llegó a Andahuaylas; pueblo de mierda, para ser honestos, caminabas, era llano, pero el polvo, la gente demasiado comerciante y campesina, cuál sería la palabra, una hilacha de población abocada al cultivo de papas, y pensar que de arriba se veía tan bien, todo verde y vivo. El capitán pasa de largo, come pepián de choclo unas cuatro veces, se indigesta, entra a un baño de grifo y atora el excusado, se complace, el sol está cayendo pero todavía raja piedras. Aborda otro camión, anochece en Abancay, ahora la cosa es distinta, el clima es genial, más calido que Huamanga, y tan grato como en Tarapoto, algo ocurre, la ciudad se extiende en ladera hacia las partes altas de los cerros, es un afán cojudo el de subir y bajar. Mencionan este aspecto como justificante de la buenas piernas de algunas chicas, falso, lo sé, ellas van al gimnasio o ya las tienes bellas por naturaleza, como sea, el capitán vuelve a comer, escribe en las partes en planco de sus dos únicas novelas que tiene en la mochila, se complace leyéndose, qué más da, es escritor de su único lector: él. 
Le hablan de la Casa en el árbol, le parece una tontería, pero va a la dirección indicada, efectivamente, ahí esta, entre tres árboles de pacay, dos plantas de entablado bien acomodado entre las ramas más fuertes de los árboles. Se instala, abraza a un gato, oye a una mujer suiza discutir con su brichero, se duerme, amanece, se larga hacia Cusco, le acompaña esta vez un funambulista y malabarista marginal y decadente, se congracian. Llegan al Cusco a las cuatro de la tarde, fuman Golden beeach. 

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