viernes, 4 de noviembre de 2016

Mil pedazos



Quisiera que estés junto a mí, diciéndome las cosas que no puedo decirlas así nada más, estoy aturdido por los pensamientos referidos  ami enfermedad, me duele el cuerpo de pensar que no tengo salida, que solo podré recuperarme internándome. Por qué diablos no pude vencer esto nada mas entrando, por qué tuve que seguir insistiendo hasta agotarlo todo, no entiendo algunas cosas, creo que hubieron momentos en los que parecía todo esto una aventura desaforada de la que saldría airoso y triunfante para escribir algo al respecto, en cambio ahora hay esto, sentarse a escribir lo que pudiste haberles dicho de cara a cara a tus seres amados. Cómo haré para recuperar la voluntad, cómo haré para ver con esperanza la vida, digo, ojalá podría preguntártelo mi amor, y oír de ti las respuestas mediante susurros cálidos que calienten mis orejas. Anoche soñé algo sumamente horripilante, había una enorme araña migala caminando entre las piedras de las ruinas de un lavadero, había una chiquilla a la que se caía el sostén y pasaba sus manos por su torso buscándolos. Dijimos cosas, traté de ver rostros, no pude como siempre, desperté y eran las tres de la mañana, rasgaban las paredes, chocaban la piel haciéndola chasquear, eso me hería, salí apresurado, vi el cielo oscuro, y las siluetas de los muros, el pavor era a estas alturas, aturdimiento habitual, le dije al gato: corre animal, no hay nada que comer, estamos arruinados. Después volví a llorar, abracé la piedra de moler una vez más, en su frialdad sentí la textura de la muerte, me resignaba como queriendo volver a intentarlo. Me sentí fragmentariamente enamorado del recuerdo de su cuerpo, de su aroma, la deseé, como siempre también, pero la había perdido, no estaban sino sus ecos impregnados en las telas, en el piso, en los muebles. Respiré hondo, quise ponerme de pie, no pude, algo me sujetaba con fuerza. Me retorcí en la cama hasta que fueron casi las doce del día, el hambre me era indiferente, solo el vacío estómago corrugado hacía ciertos ruidos de rato en rato, uno veía por las rendijas, a la gente, a los perros, uno veía a la hormiga caminando por la ropa tendida, uno veía al viento y nada sentía, la noche era inmensa, larga, oscura como nunca, uno presentía la fatalidad, estaba tal vez siendo demasiado caricaturista de mi tragedia, empeorando lo inmejorable, haciendo cuadritos y pedazos dispersos los colores de mi ser. Volví a llorar, esta vez gimiendo escandalosamente, en la televisión decían algo sobre el presidente y Bolivia, vi sus ternos, imaginé sus casas, sus infancias, me sentí marginal, otra vez, recordé mis primeros pasos separado de mi madre, la añoré con dolor, vi incendios provocados por mi mano, y luego la frialdad de la hoja de acero en mi cuello, a mis cinco añitos, qué había sucedido conmigo, realmente quise volar en mil pedazos. Y tal vez lo haría, no había remedio, la necedad de la parte psicológica de mi enfermedad era crónica, insalvable.

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