lunes, 28 de agosto de 2017


Nada me sale bien, nada. Yo le dije al señor de las tablas que no podría ser disitinto, y para qué, ahora ya no hay ni él ni sus tablas. Al rato iré donde el chato Speed, cargaré con sus cuentas, con sus penas y frustración de estar postrado con la pierna rota. Beberemos leche de tigre y hablaremos de lo jodido de seguir vivo, algo en mí seguirá fracturándose, pensaré con desprecio en el poeta que siempre se está limpiando, aun cuando nunca estuvo sucio. Poetas, arquitectos, maestros, ebanisteros, pura mierda. Y yo que me dirigía hacia Río Branco, ahora estoy barado en esta villa apacible de buen clima y pobreza mental. Hablando de eso, nada como la mía, mi mente de retorcida pasó a miserable. Ayer te vi dormitar aferrada al niño y no pude menos que llorar otra vez por haberte perdido, cogí tu mano, tú roncabas, cogí tu mano y traté de comunicarte todo mi amor, o tal vez lo poco que me queda. Tú roncabas. Se acabó el teatro, me largo a dormir en el sillón del sr. Raúl, él es un octogenario alcohólico que me alquiló una habitación en su casa colonial. Se separó hace siete años de su mujer e hijos, ahora bebe todos los días con el dinero de los alquileres y se acuesta a la una de la madrugada, ebrio y contorsionándose, no logra cubrir su cuerpo con las mantas, se caga de frío y resopla durante la noche. Yo llego, saludo, él ronca como asfixiándose, su respiración me perturba, en realidad todo me perturba cuando quiero, los gatos follando, las puertas chirriando, los pasos en los pisos superiores, el ruido de los motores en la calle, los silbidos de la gente nictómana. Necesito un trago, salgo, le digo señor Raúl salgo un rato, él sigue roncando, la puerta está abierta de par en par, así permanece todos los días, todo el día, nadie se asoma, lo dan por loco, por muerto; y ahora que yo duermo en el sillón, peor, un par de locos, dos cadáveres. 
Huele a orina, a veces el señor Raúl se levanta en plena madrugada y se orina ahí mismo en el piso, su senectud le da derecho a esos caprichos, yo en cambio tengo que subir al tercer piso y lidiar con las sombras, aun cuando ya me hice. Otros días me acerco y acomodo la colcha  sobre su cuerpo, siento pena, me siento miserable, vuelvo al sillón, contemplo el libro de John Maxwell, sonrío,me alegra saber que hay todavía un libro que leer en mi vida, me alegro de ser todavía algo del yo que solía ser. Pero no me alegro del todo, pienso en el deceso de Gregorio Martinez, y no comprendo lo fácil de nuestra desaparición, un día escribes, otro nadie sabe quién eres, incluso en los sition que nunca estuviste, y es que conocí personas que habitan la mente de la gente incluso cuando no volverán a pensar siquiera en visitar ese sitio.

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