viernes, 3 de octubre de 2014

CABEZAS VOLADORAS

Había que decir algo, lo que fuera, de lo contrario el Gigante notaría el entumecimiento de la lengua e imaginaría el silencio como debilidad, y entonces te jodiste porque apagaría las luces, las que te sirven a ti es decir, y golpearía el cielo raso con su cabeza dura y prominente, poniendo en riesgo tu vida. -¿Acá por lo menos no hay insectos rastreros no?
- ¿y tú qué vienes a ser? te responde el interpelado, riendo a carcajadas.
- Me refería a las cucarachas o arañas
-Por eso mismo, mira huevonazo, este habitáculo es así desde siempre, no trates de sorprenderme con tus observaciones citadinas, acá en mi tierra yo rijo, y lo hago como mejor me parezca.
-No cuestioné ni por un segundo eso, gran Néstar, pero si usted toca esta parte con la mano desnuda de guante alguno, dígame lo que siente.
-Cuál desnuda ni nada, no tocaré nada, mejor apresúrate con esos trastos, salgamos de este lugar, el cordero debe estar hirviendo y salpicando su saliva por todas partes.
-Bueno, solo había musgo y musarañas invisibles, nada que temer...


Salimos a la estancia, donde sobre el suelo ardía la pira que cocinaba la cena, cordero según el gran Néstar, pero nunca tan parecido a una muchacha de pueblo de quince o dieciséis, digo no?, a mí no me parecen de cordero esos ojos verdes ni el pelo lacio, tampoco los zapatos que hierven junto a sus brazos diseccionados, sin agujetas y casi a punto, luciendo como chuletas de cerdo. A lo mejor se trata de afinar la perspectiva solamente, como Chaplin comiendo sus tallerines de agujetas, tal vez. Son casi las diez de la noche, en una o dos horas máximo será necesario recoger todo ser viviente del suelo, ya que el gran Néstar se desmoronará tratando de dormir; entonces será mi única oportunidad de arrebatarle su tesoro.

Simple como el odio entre hermanos, el gigante no durmió; se quedó de pie hasta que el pequeño hombre cayera vencido por el influjo caníbal de comerse a su propia hermana, el resto fue pura pantomima, el rezo, los cánticos gorgoritos, el ulular de las aves nocturnas afuera, el viento removiendo la tierra desde el subterráneo, y las nubes negras liberando pedazos de cielo como rocas homicidas. El desayuno estuvo a tiempo, desayuno para dos, Néstar srivió una gran copa de sangre y en otra depositó los ojos de su invitado, quien miraba vacío de cuencas oculares, hacia el horizonte, probablemente hacia su pueblo a donde nunca más volvería a menos claro, que el buen Néstar se armase de bondad y haciendo sumo esfuerzo cogiera la esfera craneal y la arrojase con su honda hacia dicho lugar.

Serían a eso de las siete que en el árbol de Doña Erne se oiría el estrépito del impacto, una cabeza voladora atrapada entre las ramas intrincadas del arbusto espino; pero quién podría saberlo, ni siquiera la misma dueña pues últimamente se oían los mismo ruidos pasadas las seis, como que ya se había acostumbrado al evento. Pero afuera la calavera sin ojos y de abundante cabellera fundaría un nuevo mito en el cual él se mueve volando de rama en rama, con las orejas como alas y los hoyos de la nariz como timón, por todo el norte del Perú, desde Tumbes hasta Chimbote, eso es todo, mito explicado y fundamentado.

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