domingo, 18 de febrero de 2018

Domingo



Faltaban exactamente una hora menos veinte para la medianoche del sábado, los dos yonkies del este caminaban sosteniendo uno, la guitarra, y el otro, la campera, en  las manos, llevaban un trajín largo desde hace dos kilómetros, siguiendo el rastro fónico del dealer, quien parecía moverse muy rápido para ellos; tardabas un minuto y ya se había cambiado de lugar; como fuera, ellos eran imperturbables, eran fanáticos del arte de puro drogotas, sonaba en el boofer Steppenwolf; ya había pasado mucho tiempo desde el día en que decidieron ser honestos consigo mismos y acepar que la droga era para lo cual habían venido a este mundo; no para comercializarlo, no para almacenarlo, ni exhibirlo, solo para consumirlo con el empeño fanático de quien no sabe, o se hace al tonto cuando ve el cielo negro y se olvida de la lluvia. 

Cuando Fabián acudió esa tarde a la cita con su viejo amigo el Comercio, no imaginó que terminaría así, bueno, no es que algunos imaginen con mucha frecuencia el desarrollo de los eventos de su vida diaria, o si? Bueno, Fabián era de los que no, y ahora que su medio rostro estaba cubierto de sangre y la herida de su cabeza no paraba de manarla, se detuvo a pensar en lo imbécil que había sido en aceptar ir donde el Comercio, si sabía que el tipo estaba sumido hasta las orejas en la droga y el alcohol. Fueron dos golpes nada más, uno con la botella y otro con una cadena de perro pitbull, enseguida se oscureció completamente y en segundos el flujo de la sangre, el dolor pulsante en la cabeza y su mano maquinal yendo a cubrir la herida y logrando solo abrirla más y derramar el resto del líquido regente del organismo.

Las primas Padilla se encontraron en la esquina minutos antes de que alguien más llegara a detenerse cerca, llevaban sus bolsos y en general, lucían chicks. Típico, par de voluptuosas enanas fenotípicas de la zona, par de descerebradas mujeres exitosas, pujantes y orgullosas, llevaban ellas la batuta en sus hogares, que por cierto, ya eran disfuncionales, tenían cada una un hijo, pero vivían con otro hombre, uno vinculado más con ellas por lo laboral y sexual que por lo sentimental y actitudinal. Se iban a trabajar toda la semana en la oficina, donde dale y dale al coqueteo hasta que el sábado, vamo´ por un par de cervezas, y listo, el resto era automatismo. Tristes querellas de una vida de mierda para mujeres ordinarias y de condición perruna. Se saludaron, tenían que entregarse unos documentos, ambas eran arquitectas, gordas, sin tetas, con un culazo fruto de horas y montones de dinero inyectado en el gimnasio, tiernamente estúpidas. Se entregan lo pactado, cruzan de brazos y preguntan una a la otra, sobre sus vidas, cómo te va, qué dice el amor, cómo se encuentra Carlitos, etc. Pasa un triciclo, el conductor no lleva pantalones, exhibe sus partes, ellas ven y desvían la mirada, callan, les gustaría no pensar en eso, pero no pueden pensar en otra cosa que su propia y nimia experiencia, entonces una le dice a la otra: Que asco no? Sí..., hay cada loco asqueroso en esta ciudad...

Los drogotas ven al desangrante y acuden en su ayuda, se les ocurre llevarlo al hospital, cogen diez soles arrugados de manos del herido, toman un taxi, el herido observa bien el atuendo y fachada de los dos enfermos de la cabeza, y duda, teme, se aleja corriendo, los drogotas se miran, dudan un segundo, y suben al taxi, tienen el dinero y se marchan directamente al local de expendio. El herido corre calle arriba, a donde no haya nadie, para llorar amargamente y en paz. Las primas no se han dado cuenta de casi nada, solo han visto correr a probables delincuentes de arriba abajo, qué aburrido este día no primita?, sí pues, bueno, ya me voy, tengo una cita, uyy, provecho, ya nos hablamos, chao.

Pasa el triciclo otra vez, el conductor se ha cagado, toda su pierna está embarrada, aumenta la velocidad, algunos perros insomnes le ladran, es domingo.

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