martes, 23 de enero de 2018

Anatomía de una tercera expedición a la carretera



El desierto, la arena, el algarrobo, la basura plástica y el hedor a pescado podrido poblaron nuestra tercera expedición. Íbamos más solos que nunca, el camino se tiñó de nuestras lágrimas y la desesperación nos hizo presa. No claudicaríamos sin embargo, nuestra fortaleza era un hecho. Anoche en Chiclayo contuvimos una sensación amplia de desistir, y amaneció y caminamos en línea recta como siempre. Ahora resulta que no somos ni nada, que solo servimos para dar pena. Ojalá que sea solo eso, porque nos estamos yendo tan lejos de todo que nos parece una tontería el pasado, los hijos, los  amigos, la familia, todos atrás, en sus zonas de confort, yo yéndome, ustedes muy tranquilos.

Resulta que nuestra gente en Perú está llena de fealdad, yo mismo, una cagarruta delgaducha y retorcida que pretende conquistar el mundo con sus pies. Y entonces vemos el cielo moverse, las nubes, el celeste aplastante y la brisa marina hediendo a náusea. Piura es un infierno muy feo, yo creo que los hay bonitos, como Quillabamba o Tingo María, pero éste es horrible, andas por sus calles ves a su gente, los odias en simultáneo; cómo es tu ciudad predilecta, ah pues, a lo San Francisco, ajá, alienado, eso, soy alienado, o mas bien ya recuerdo bien de dónde vengo y a dónde voy, a casa. Este cuerpo pesa una mierda y apesta tener que llevarlo entre el resto de seres parecidos a mí. Hoy restregaremos la ropa si es que logramos llegar a Sullana y mañana, con la ropa limpia partiremos a Máncora, de ahí es otra historia. 


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