lunes, 15 de diciembre de 2014

BETTY, CANDY...

You got the love, They call it love, Betty, Candy, Vivian, mierda, qué extraordinarias cantantes, cuánto desperdicio de tiempo sin haberlas oído. Amo el soul, tengo el amor, chasqueo los dedos, son las dos de la mañana y qué, en horas habrá que marchar a alimentar el cadáver del cuy que bien pude asesinar para comer, y sin embargo llenaré su hocico con hiervas que tendrán que podrirse junto con su cuerpo. Betty Lavette o Candy Staton, Aretha Franklin o Vivian Reed, así se canta, como negras, ya entiendes algo,, no rugiendo tratando de imitar al buen Jorge desollacadáveres, pero tú qué vas a saber, ni falta que hace. Y enseguida el cielo se teñirá de gris y caerán gruesas gotas de lluvia que habré de colar por mis poros para absorber su magia. ¿Algo se tiene que hacer cierto? Enseguida detestarás el ruido de tu cabeza y la confusión y el extravío de la destrucción, para eso debes recordar a estas señoras, añorar su magia, a lo mejor si hallas consuelo y refugio para la vorágine que te traga más y más. Eso es, agita la mano, mueve el cuerpo, silba, tararea, es la música, la única posibilidad, el camino...
Tierra de legendarios arrieros, ahí vas y de ahí volverás con un barullo en los oídos, el de tu cuerpo hecho trizas, de tus nervios retorcidos y tus ojos viendo hacia adentro, como removidos por garfios, tuerto, muerto, inmune a la vida. Tierra de arrieros de cerdos, de vacas, de perros, de humanos, qué más da legendarios, de leyenda, de mito, de cloaca, de aletas de pollos ahogados en fango y estiércol; esto es lo que hay, es donde estoy; desde la bahía hedionda de Chorrillos a este legendario reducto de jumentos y camélidos, vaya qué cambio; de ver pelícanos pordioseros a pordioseras ratas humanas esforzadas por conseguir un día más con siluetas de hombres, mujeres y niños. Leyéndoles historias que a la cabeza acuden como fugaces estallidos memoriosos, contando los años, más de veinticinco; que yo pasé el año nuevo del dosmil emborrachándome con caña y mis amigos carroñeros de mi antigua ciudad al pie del Huaytapallana mientras ustedes ni nacían, apuntas a decirles pero decides no hacerlo porque en fin, qué caso tiene recordarles lo rápido que pasa el tiempo para nosotros los mortales, qué importa si en lugar de ello sonríen felices y contentos lo que dura un parpadeo o la brisa del aliento...
Betty persiste y la encuentro especial sobre el resto ya saben, ya sabes Betty Villafuerte, por eso mismo, por ti, hasta luego.

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