miércoles, 29 de marzo de 2017

5

Era uno de esos días que uno se asomaba al abismo con la voluntad firme. Ella lo sabía, y lo hizo, supo antes que no hacía falta seguirlo haciendo, pero ya ven, seres humanos. Cambió de cuenta, se volvió a ocultar,  qué importaba otro ser humano más, le quitó la oportunidad de vivir a plenitud, a cambio le llenaría la panza y amoblaría su vida con todas las bazofias de un mundo material. Fue odiada y deseada, usada y absorbida, al final de un sábado, como siempre vomitó sus tripas sobre el suelo y orinó en el parquet, recordó haberlo hecho antes en los zapatos del sujeto que para entonces quién sabía en qué situación estaría, tal vez muerto, o vivo en agonía como siempre. Cuando despertó pensó en aquellas letras que rezaban: Yo creí que esquivando balas se ganaban batallas... entonces derramó lágrimas de rabia, de dolor, había pensado que sin él las cosas marcharían mejor, y al final ni mierda, todo fue peor, todo.

martes, 28 de marzo de 2017

4

Para Gertrudis las cosas se le presentaron tan fácil que rió al saberlo. No haría nada, solamente tenía que decir sí y listo.
Durante mucho tiempo había contemplado de lejos la vida de Cataño, un huevón de lo más ordinario pero que excepto por un detalle no significaría ni mierda. Dibujaba. Y lo hacía de un modo que no pudiendo comprender, la pobre Gertrudis, dejábase llevar y delirar en segregaciones gozosas de placer cuando veía al hombre trazar líneas frente a ella.
Sin embargo habían otros asuntos. El individuo cierto día la vio pasar por la calle y acercándose le dijo hundiendo su rostro en el cabello de Gertrudis, quien pasaba casualmente por ahí y había hecho como quien no sabe de qué trata todo aquello, finalmente dejando que el rostro del dibujante se pierda en su cabellera, suspiró estremecida.
Por aquellos días las mujeres daban la hora, estaban a la batuta y hacían y deshacían, pero todavía quedábamos los marginales, los seres a quienes no les importaba quién rigiera en esos momentos, pues nos daba lo mismo. Y desde la otra orilla mirábamos cómo transitaban sus comedias, y a veces, sobretodo los lunes por la noche, sacábamos pedazos de papel y en ellos describíamos el circo que presenciábamos. 
Pero también es innegable, o resultaba irrefutable, que había buenas canciones. El dibujante sabía eso, era su manera de decirle al resto quién era, qué quería, o lo que fuera, era su modo de comunicarse, solía decir un par de cosas y el resto eran canciones que se ponía a sugerir a diestra y siniestra.
Con todo este recuadro, este contexto coyuntural, estaban los dos en la calle, él diciéndole vamo a tomar unas cervezas y ella siendo incapaz de rechazar la oferta.
Vámonos, le dijo, escapemos. Hay una ciudad de piedra, alquilamos una buhardilla y listo. Lo vivimos.
Suena tan triste, le quiso decir ella, pero el maldito dibujante y su rostro metido en su cabello, abrazando con su voz su cuello. Explicame bien eso, le dijo.
Él lo hizo, ella comprendió, se fueron. Nadie supo en qué terminó aquello, o si todavía están en la ciudad de piedra, viviéndolo.

viernes, 17 de marzo de 2017

Notas para nouvelle "Mujeres en torno"



FABIANA

En el rumor de cuestionamientos inquisisitoriales con sus respectivos detalles innecesarios, evocados indiscrertamente durante la charla con un nuevo pretendiente, decidió Fabiana callar. Se preguntó si también el asunto entrado a colar seguiría mereciendo su melancolía. Quizá hubiera logrado engañarse enumerando algunas afirmaciones que avalaran que sí, pero en ese momento no tenía ánimos ni siquiera para eso, y aunque le pareció inversosímil disponerse a hacer lo que ya estaba haciendo, es decir, acostarse a las tres de la tarde, lo hizo. Apagó el televisor, cerró las ventanas y juntó las cortinas, encendió el mechero y desdobló las colchas. Sus zapatos casi ni sonaron al caer en el entablado, Fabiana creyó que eran muy tiernos y caballeros por ese detalle, y con los pies descalzos acarició su par de tenis.
En la calidez de su respiración bajo las colchas, se empeñó en entristecer.
Le había dicho al pretendiente que hablarían por la noche, pero en realidad no lo haría, las ganas de estar triste la sobrepasaban.
Hacía un par de años que había muerto Guillermo, el hombre que afirmó espontáneamente seguir amando. No sentía pesar alguno por ello, es más, le parecía haberse dado un buen golpe de honestidad con tal afirmación, por otra parte le fastidió el hecho de saberse estancada en el recuerdo, ella, una mujer realizada y a todas luces segura de sí misma y con bastante amor propio; de pronto se sintió completamente vulnerable, y estando ahora decidida a pegarse un sueño melancólico, le sobrevino con repentina urgencia las ganas de abrazar a un ser vivo. Pues aquel recuerdo le era, por qué no, mortalmente abrazador. En ese instante oyó un golpe en el piso. Algo que había caído, el viento seguramente, o algún bicho, la selva era una vorágine de ruidos.
Resonó en sus oídos otro ruido, esta vez se trataba del recuerdo de su voz al teléfono, decía: También me puse mal luego de la partida de Guillermo, bajaron mis defensas y enfermé. El pretendiente quiso saber si valía la pena seguir así, que de cualquier forma la vida seguía, ellos estaban vivos y los que no, pues ni modo, habría que honrarlos de vez en cuando y nada más, pero ella ya no escuchó la última parte, su mente se pobló del recuerdo. Pretendió que la figura e imagen de Guillermo le resultara narcótica, lástima, era muy temprano y además de lo que realmente padecía pór esos días, era de insomnio.
Desistió, salió de la habitación, fue directo a la calle, los niños del vencindario jugaban pelota, transcurrían los vehículos ensrodeciendo como siempre la atmósfera. Iría donde su tía a jugar con su sobrina, una niña en silla de ruedas llamada Lucero, le leería algo tal vez o simplemente se sentaría a verla condenada a su silla.




GABRIELA

Como todos los días, Gaby dejó la cama a regañadientes, maldijo una vez más a Pedro, el padre de Roxana, su hija de cinco años. Se le hizo una vez más todo un mundo repulsivo tener que preparar el desayuno, vestir a la niña, llevarla al jardín y quedarse en nada entre las nueve y las once, momento en el que tendría que empezar a cocinar y recoger a la niña, alimentarla, mudarle de ropa, hacerle jugar y acostarla a media tarde y otra vez quedarse al aire entre las cuatro y las seis.
Quedarse en el aire, no saber qué hacer e inclsuive habiendo qué hacer, no hacerlo por decidia y a veces por miedo a interesarse más de la cuenta en ciertas cosas que a fin de cuentas solía decirse últimamanete ya para qué, era lo jodido de volver a la carga día a día. Habíase propuesto conseguir un empleo, ejercitarse y remoldear su figura, enamorarse otra vez y salvar su adultez, y es que ya le inquietaba la vejez, le faltaban un par de lustros para llegar a los cuarenta y algo le decía que si llegaba sola no habría remedio. No obstante por ahora le alcanzaba con el dinero que Pedro regularmente le venía depositando para la niña, al parecer sus ambiciones terminaban donde empezaba su pereza. Y siendo honestos, tampoco la pasaba tan mal. Por lapsos muy cortos, la esperanza del amor parecíale devolver las ganas de sobresalir, es decir, trabajar, ahorrar, vivir mejor, al modo que la sociedad capitalista y consumista impone con agresividad. Pero cada mañana, sola, defraudada, mataba esa ilusión, y comenzó a sentir que tal vez no hacía falta, que bueno, había tenido su juventud llena de galanes y flores y apasionamiento, y que ahora era otra etapa sin nada de eso. Sin Darse cuenta empezó a resignarse, el suelo debajo del concreto de su habitación se apretujó más y afuera el otoño dio inicio.
Los periódicos describían caos y desastre, el agua se cernía sobre el país que parecía hundirse rápidamente. La resignada Gaby decidió dar un paseo por el centro de la ciudad. Su hija dormiría un par de horas, de manera que cogió su bolso y el paraguas y salió con una sonrisa en los labios, se imaginó yendo a ver a alguien, de este modo parecía tener sentido hacerlo, y cuando sucedía eso, todo parecía estar bien. Tener un sentido, un objeto, aunque sea  pequeño e alucinado,he ahí la fórmula para seguir vivo y contento. Durante el camino comenzó a llover, se arrepintió de haber salido, de pronto llaman a su celular y se le ilumina el rostro.





ELIANA

Si alguna vez había creído en las palabras que ahora recibía en su móvil, lo olvidó. Ahora le parecían palabras de un embustero y charlatán que solo pretendía llevársela a la cama y hacer como si nada hubiera sucedido y todo seguiría igual. Y aunque ella era una persona muy apasionada, no lo sería más con él.
Sin embargo el asunto no era tan sencillo, o sea, no contesto sus llamadas, ignoro sus galanteos, me convierto en una total indiferente para él, no bastaba, pues el hombre era impetuoso, su insistencia fácilmente oscilaba entre la calma y la tormenta sin mayor dificultad, lo cual significaba solo una cosa: que el hombre seguía enfermo en el manejo de sus emociones. Y esto llegó a saberlo contrastándalo con otros hombres, los cuales no prestarían mayor atención ni importancia a la situación si fueran ellos él. Como sea, todo el amor y arrepentimiento por sus excesos cometidos durante su corta convivencia y crianza del hijo que llegaron a concebir ambos durante el idilio de su relación, le sonaba a excusa burda de un alma y una mente dañadas, anormales y en consecuencia, sumamente riesgosas.
Una mente que bien era capaz de fomentar el odio y organizar el caos donde solo había calma y trivialidad, un espíritu conflictivo y amenazado por la latencia de peligros surreales, como por ejemplo, la inutilidad y ausencia total del sentido de responsabilidad, la indolencia ante los asuntos realmente importantes como la perseverancia y el empuje hacia el progreso y la mejora de la calidad de vida, un ser que tranquila y cómodamente podría contentarse con un libro, un disco de hard rock sonando alto y una buhardilla donde maquinar sus embustes, llamados con vanagloria por él, arte. ¿Qué arte es aquel que corroe, contamina, perturba?, ¿acaso la contribución a un mundo mejor no era la consigna ideal del arte originalmente?, en qué habían ayudado a mejorar el mundo de por sí, agotado y vetusto, toda esa bola de locos, enfermos y suicidas irresponsables? No, ella no necesitaba más de eso, estaba total y plenamente convencida. Al menos por ahora.