jueves, 20 de agosto de 2015

SEGUIR ESPERANDO

Asegurarse de tenerlo todo encendido es lo más importante. Los aparatos eléctricos, la mente y la claridad del pensamiento, todo para en instantes empezar a deteriorarlo, a disminuirlos hasta sus mínimas expresiones, he ahí una labor profesional. El alcohol permite ciertas cosas, se dijo a sí mismo Salvador una vez que logró tener la concesión absoluta para el cuidado de su menor hijo. El hombre haría todas las labores necesarias para criar al niño, valido solo de un botella llena de licor de caña todos los días. Hasta la fecha contaban tres días desde iniciada esta misión y por lapsos de tiempo primero diminutos y enseguida enormes y prolongados hasta el tedio, sentía como si todo estuviera bien, que a lo mejor se trataba de lo mejor que podría haber hecho en la vida, hasta que claro, cogía su guitarra y rasgaba con romanticismo y nostalgia los pasajes de su vida pasada. Después un torrente de ideas sobre sí mismo en etapas alucinadas de vigencia posterior a esto: a estar oyendo el  lento respirar del infante, mientras en la planta superior caminaban los inquilinos como movidos por la mano descontrolada de un niño travieso. Afuera algunos vehículos gemían para hacerse paso entre otros, y dentro del organismo de Salvador regurgitaban profusamente sus intestinos y enseguida su cabeza parecía tornarse verde y compresa como una calabaza bajo las ruedas de un bus. 

Y con todo había que seguir tocando la guitarra, tan suave y bajito como para no despertar al niño; había también que retener los pensamientos autodestructivos, los cuales a última vez casi lo obligan a cercenarse la yugular y ahogarse en su propia sangre, había que resistir.
Entonces comenzó a hablarle a los fantasmas esperando prontas respuestas como de los vivos que circundaron su vida imaginada. Y como no le respondían, comenzó a hundirse lenta pero ineludiblemente en profundas fosas de depresión, de sentirse asolado por la desolación, por el destierro y el aislamiento. Probablemente lo habrían encerrado en una habitación acolchonada y sin posibilidades para darse de baja, haciéndole creer que había un ser humano cerca en la figura e imagen de un muñeco de trapo sin ojos ni estopa. Y en ese caso aquellas nubes que creía ver sería solo el vapor de su aliento saliendo de su cuerpo producto de la desesperación y a inacción. ¿Qué podría hacer?, ¿Golpear con todas sus fuerzas su propio rostro para despertar a la muerte? No podía hacer nada, solo esperar como el resto de mortales a que llegara el día, a que llegara nadie para seguir haciendo nada.

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