martes, 10 de febrero de 2015

PIROMANIACO

Entre brincos y volteretas de la vida otra vez volvimos aquí, a una cabina alquilada y sin esperanza alguna para no morir en ayunas (El que vive de esperanzas muere en ayunas). Pero no vinimos a hablar de esto, lo que en realidad nos interesa es poner por escrito algunas cosas como testimonio de los demonios. Digo demonios refiriéndome al par de cráneos de los hermanos que hallé en el almacén de los cuales ya había recibido noticia de ellos con anterioridad, pero ahora les rindo pleitesía fervorosa. 

Primero descubrí sus gorras de lana con las que estaban cubiertos, y contemplé sus cuencos vacíos pero profundos y llenos de misticismo; había en aquella negrura la segura promesa de la muerte, la desolación y la oscuridad. En absoluto silencio es mucho más fácil sentir el latido del universo no hay duda, del universo pleno, el de afuera, el de arriba, el de abajo, el universo. Después limpié el polvo que mancillaba la blancura de su estructura con mi lengua, escupiendo la suciedad varias veces; luego hice el altar decorándolo con flores de San Pedro y Margaritas en honor de mi madre, finalmente me hinqué y pedí por los míos y mis enemigos, la muerte, el vicio, el infortunio, la monomanía, el ostracismo, esas cosas que los humanos hacemos para destilar emociones e ilusiones.

Los días que sucedieron al de la construcción del altar fueron de muchos modos, distintos. Señalo esto con la calma que proporciona la tregua de los rayos y relámpagos, y es que transcurridas las horas suficientes para que los huesos reinventen su espíritu, se posó sobre la casa un velo gris que trajo consigo la mayor tormenta que vi en mi vida, y que sin embargo no bastó para derribar las columnas de la casa ni de mi cuerpo, porque una de ellas dio directamente contra mi nuca cuando extrañamente seducido por los destellos de semejantes relámpagos salí al patio desnudo y la cabeza envuelta con un paño humedecido en petróleo. A qué viene todo esto, me pregunté mientras la inconsciencia me sumía en un plácido sueño que duró alrededor de cuarenta y ocho horas continuas en medio de aquel lugar que llamo patio, pero que durante todo ese tiempo fue un altar en el que era mi cuerpo la ofrenda a Moloch.

Desperté con el hambre suficiente como para excavar agujeros donde hallé entre raíces y piedras, gusanos, lombrices, arañas y cerditos subterráneos. Lo sé ahora, han cambiado varias cosas en mí, mis hábitos alimenticios han mudado, no me importa ahora si la carne está cocida o no, o si es de un cerdo o de una polillas, me da lo mismo masticar un guijarro como un pedazo de rama de higuera. Por las noches la sed que me embarga se asemeja a mi persistente necesidad de fuego; y es que si todavía no lo he mencionado, ahora soy pirófago, ni más ni menos.

Devoro el fuego como el aire que respiro o trato de hacerlo mientras me asfixio por las mañanas.
Me da la impresión de ser lo necesario para atizar el líquido que corre por las venas del espíritu piromaníaco.
Y con todo estamos todavía vivos, ardiendo...

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